Apuesto US$ 1 millón a que en la futura Autopista Bicentenario los costos de construcción terminarán siendo el doble y, después de un par de años de inaugurada, el tiempo de viaje será el triple. Además, dado que la demanda real no se ajustará a la estimada, todos los caleños subsidiaremos con nuestros impuestos a quienes la usen, mientras engrosamos el bolsillo de la empresa concesionaria.
La propuesta de la Alcaldía de Cali de construir una ‘moderna’ autopista que vaya norte a sur en 15 minutos, tiene ilusionados a los que sueñan con ver a Cali, la otrora ‘Sucursal del cielo’, convertida en ‘Los Angeles City’ del cono sur. Dado que los argumentos técnicos, urbanísticos, paisajísticos y ambientales en contra del proyecto parecen no importar abordaré la crítica desde el único aspecto para discutir: el dinero.
Si bien las principales bondades de la Bicentenario se basan en que ésta sería ejecutada por concesión con cobro directo de peaje a los usuarios, el asunto no es tan fácil como para afirmar que ‘la ciudad gozará de los beneficios de una gran infraestructura de transporte sin asumir ningún costo de construcción o mantenimiento’.
Esto que parece el cielo para los caleños, se puede transformar en un infierno si no se analizan algunos aspectos cruciales: Primero, la garantía de ingresos mínimos que el sector público hace al concesionario para compensarlo en el caso de que se presente un recaudo insuficiente (si la demanda real resulta menor que la estimada) y, segundo, la responsabilidad por los sobrecostos en la construcción.
Es fundamental una rigurosa estructuración de los proyectos, diseños detallados y una estimación de la demanda lo más fiable posible. En el país no son pocos los ejemplos en los que un concesionario, en complicidad con el sector público, reduce artificialmente el presupuesto de construcción y sobreestima la demanda de tráfico y luego demandan al sector público por el dinero que no recaudaron en peajes, basados en cláusulas convenientemente incluidas en el contrato de concesión. Pese a tal evidencia, en Cali todavía hay quienes piensan que las obras son lo más importante, la planificación es un engorroso capítulo que puede omitirse y que un ‘trancón mental’ no puede detener el desarrollo.
La Alcaldía, que se empeñaba en construir la autopista a como diera lugar, rectificó acertadamente aduciendo que no cederán ante las intenciones de los privados de concederles garantías de ingresos mínimos. El Mandatario local dijo que la decisión final debe basarse en que el concesionario cubra el pago de la obra completamente con el recaudo, para no ‘dejar embargadas las finanzas de Cali’. Así, de repente, los cuestionados estudios de factibilidad que la alcaldía defendió cuatro meses atrás, ahora son declarados insuficientes, cosa que todos sabíamos.
Honestamente, la defensa del erario para echar atrás un proyecto como éste no parece muy creíble. Más bien, parece que, por suerte para la ciudad, los inversores vieron en peligro su dinero ante la imposibilidad de obtener generosas garantías a las que estaban acostumbrados y exigieron una mayor estructuración del proyecto para evaluar su inversión. De otra manera, lo habrían desarrollado encantados, con la plena conciencia del elefante blanco que le legarían a la ciudad.
El reciente episodio significa una luz en la oscuridad de la planificación en la ciudad de Cali, pues sentaría un precedente en la capacidad de reflexión del Gobierno local: que vale más rectificar a tiempo que lamentarse al final.
Carlos Alberto González GuzmánDiciembre 14, 2010
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Publicado: Diario El País
Edición Impresa, Sección Entorno, Página A3Cali-Colombia, Diciembre 14 de 2010
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